Poema de David Casado


No se detiene la luz en el jardín. 
Compasiva avanza sin sobresaltos
en medio de las sillas de ruedas,
los tapetes para el mus, los goteros
y el ronroneo de la tele encendida.
Todo lo alivia su arcada radiante.

Un viejo desbarata por sorpresa
la temblorosa catedral de naipes
que el otro levantó cual fortaleza.
A su lado, las dos abuelas juegan
con sus muñecas de trapo a ser madres.

Pretérita orfandad que sobrevienes
al arrullo de una nana, mientras
al fondo, dando palmas, reconquista
don Rodrigo las sagradas arenas
de Castilla sobre un mapa invisible

azulada tempestad, fiel Alzheimer,
es así como alcanzas tu cumbre:
con sigilo y con descanso nos duermes.
Bien abiertos los ojos, nos ofreces
la estación sin nombres ni tempestades
mientras nos niegas la ruina presente
no saber ya quiénes somos ni dónde
termina el sueño, a qué brazos la muerte
nos entrega tan joviales y vacíos,

cómo consiente el mal en ofrecernos
-rescoldo fugaz-la flor del olvido

morir al recobrar nuestra inocencia.

David Casado